Ante ti, un hombre de aspecto delgado se oculta tras una densa capa negra en el interior de un puesto en el mercado. Jurarías que es un anciano por la postura encorvada que guarda, mas su voz joven te incita a pensar que no posee más de veinte o treinta primaveras.

 No eres capaz de ver su rostro, escondido bajo la protección de una amplia capucha, pero si alcanzas a ver sus manos, surcadas por infinidad de cicatrices que delatan su vida como hombre de armas.

 –¡Bienvenido, noble aventurero, al Mercado de los Relatos! –habla con tono jovial–. Muchos son los manuscritos y antiguos libros que llegan a mi poder y es aquí, en mi humilde morada, donde los expongo al mundo. Ningún pago os pido a cambio. Con el deleite que generen estas palabras en vuestra alma es más que suficiente, pues, sin un poco de alegría en el camino, la vida se tornaría en una interminable gesta de sufrimiento.

 Su género, lejos de víveres o equipamiento para tus aventuras, se amontona por doquier a lo largo y ancho del angosto puesto en altas torres de libros, pergaminos y hojas sueltas que abarcan lenguas de toda índole, pues logras distinguir escritura élfica, dracónida y celestial entre las páginas.

 –¡Elegid el que más os plazca! –exclama, moviendo una de sus manos sobre los tomos–. Y no temáis, podéis permanecer aquí el tiempo que deseéis, pues nada alimenta más mi espíritu que vuestro disfrute.