
La Plaza de los Artesanos
Abarrotada de transeúntes y ventureros que se agolpan en busca del mejor equipamiento para sus gestas, la Plaza de los Artesanos se muestra ante ti en una larga hilera de puestos regentados por sus respectivos maestros. El bullicio que crean las voces de los allí presentes y los incontables pasos sobre el suelo de piedra llega a tus oídos como una amalgama indescifrable de sonidos, mas no poseen la fuerza suficiente como para evitar que te acerques a echar un vistazo a la infinidad de productos que ofrece esta plaza llena de vida.
El herrero de la ciudad blande en alto una brillante espada que muestra con orgullo a todo aquel que pasa frente a él y el maestro quesero, con una sonrisa, trata de atraerte hacia sí señalando sus perfectamente redondeados requesones, cuyo penetrante olor logra convencerte de adquirir un par para tu siguiente aventura.
Más adelante, una joven alquimista te guiña un ojo cuando se percata de que la estás mirando y te invita a acercarte con un tentador movimiento de cabeza que no eres capaz de rechazar. Tras comprarle unas cuantas pociones de curación, además de haber ganado un atrevido beso suyo en la mejilla, te giras presto a retomar tu andadura, mas te detienes al ver que, en el puesto siguiente, la misma mujer de cabellos ondulados y ojos color tierra que has visto en La Taberna aguarda en pie con una sonrisa.
–¡Hola de nuevo! –exclama mientras cierra los ojos en una expresión alegre–. Es un placer veros por aquí. ¿Os gustaría echar un vistazo a mis artesanías?