
Las ruinas
—Malditas alimañas —gruñe Lot, quien zarandea uno de los pies en pos de espantar a la rata que pasaba a su lado—. No sé por qué los dioses crearon estas criaturas sino para enviarnos enfermedad y agujeros en las botas.
—Cálmate —ríes—. Sé que no te gustan, pero necesito que mantengas firme esa antorcha. Mi visión en la penumbra no sirve de nada en esta oscuridad tan densa.
Gracias a tu petición, el elfo detiene su ofensiva contra la rata y se acerca hasta que la antorcha ilumina el mural ante ti. Grabados en él, una serie de relieves narran una historia que se desarrolla a medida que desciendes por las ruinas en las que os encontráis.
—Yo tampoco veo mucho. Y eso me escama, Rin —habla el elfo mientras te sigue un par de escalones abajo—. Soy un elfo del bosque y he cazado en noches de luna nueva en las que te aseguro que se veía mejor que aquí dentro.
—Los rumores dicen que en estas ruinas vivía antaño un nigromante que usaba hechizos de oscuridad. Por eso me he anticipado y he traído esa antorcha. Pero, ahora, guarda silencio. Creo que aquí hay algo importante.
Aunque está en el borde de tu campo de visión, adviertes como Lot observa la antorcha que le has dado. Su fuego azul alumbra los alrededores con una intensa luz amarilla, lo que ha desconcertado a tu compañero desde el instante mismo en el que la has encendido.
—¿Cómo decías que se llamaba este artefacto? —pregunta.
—No es un artefacto —suspiras—, es el fuego sagrado de Rihon, el dios de la luz y la verdad. Y estate quieto de una vez, por los dioses.
Varios peldaños más abajo, la figura que estabas buscando se deja ver entre el resto de las ilustraciones del muro. En pose triunfal, la silueta de una mujer ataviada con una armadura porta una espada que brilla con luz propia.
—La espada de Rihon —susurras, encandilado por los detalles del relieve.
—¿No es esa la espada que buscamos? —pregunta Lot, que se acerca tanto que te obliga a descender otro escalón.
—Sí. Es la espada que el rey está buscando.
—¿Y por qué ha mandado a sus hombres a la otra punta del reino?
—Porque su mago real es un idiota. Lo era cuando estudiábamos en la academia y lo seguirá siendo hasta el día de su muerte. En vez de seguir las claras evidencias que indican que la espada podría hallarse en estas ruinas, el muy imbécil piensa que el arma se halla en las profundidades del mar de la Vida.
—No te cae en gracia ese mago, ¿eh? Ahora comprendo por qué no quisiste entrar conmigo en la sala de audiencias.
El tono de burla con el que te habla Lot te arranca una mirada amenazante que lanzas contra él y que impacta en sus ojos con la fuerza de una maza.
—Dejemos de hablar de ese idiota y sigamos investigando, ¿quieres? —bufas con el ceño arrugado.
Cuanto más bajáis hacia las profundidades de las ruinas, más densa se vuelve la oscuridad. El alcance del fuego de Rihon merma con cada escalón que descendéis hasta que apenas ilumina un palmo más allá de vuestros pies, mas las ilustraciones en el mural se tornan cada vez más esclarecedoras. Decidido a dar con el paradero de la espada del dios de la luz y la verdad, continúas el descenso.
—Ten cuidado, Lot —adviertes—. Este escalón es más estrecho que los demás.
—Los escalones no me preocupan. Pero estas malditas ratas sí.
Por entre sus botas, al menos cinco ratas corren desde arriba envueltas en sus característicos chillidos. Sus patas avanzan a paso ligero por los escalones hasta que desaparecen engullidas por la oscuridad.
—Ellas te ignoran, así que haz lo mismo —sugieres a la vez que regresas la atención al muro—. Maldita sea, no veo nada. Acerca la antorcha.
A la luz del fuego, descubres que la historia reflejada en el mural termina con la victoria de la heroína en una batalla que desconocías, pues parece haberse librado en algún lugar rocoso que no encaja con ningún territorio del reino. El siguiente relieve muestra como ella, con el rostro ensombrecido no sabes si por la erosión del muro o porque la ilustración fue concebida así, arroja la espada a un río de aguas densas.
—Rin… —escuchas a Lot, que te habla con un hilo de voz.
—Esto de aquí no parece agua —cavilas en voz alta—. Diría que es algo más parecido a los ríos de fuego de los que hablan las leyendas.
—Rin.
—Pero no hay ninguno de esos ríos en el reino.
—¡Rin!
—¿Qué demonios quieres ahora?
Con el semblante fruncido, abandonas tu atención sobre el muro y diriges la mirada a tu compañero dispuesto a abroncarle por sus constantes interrupciones, mas te detienes al percatarte de que más ratas surgen de la oscuridad de los escalones superiores y corren a tu lado a gran velocidad para desaparecer en los peldaños de más abajo.
—Son sólo ratas, Lot. No seas tan…
Tras levantar la vista del suelo, el aire de tus pulmones se te queda atrapado en la garganta y te impide terminar la frase, pues, varios peldaños más arriba, seis pares de ojos brillan en la oscuridad con un intenso tono rojizo. El crujir de lo que jurarías que son huesos retumba en el aire y el ambiente se torna gélido, tanto que cuando consigues recuperar el hálito, este sale de ti en forma de vaho.
—¡Lot, corre! —exclamas mientras le tiras del brazo.
El tintinear de la cota de malla que porta el elfo bajo el peto de cuero os persigue junto con el crujir de las criaturas de la oscuridad, que avanzan tras vosotros a un paso del que no podéis escapar. Las escaleras continúan su descenso hacia las profundidades hasta que mueren en una sala circular que no posee puerta alguna.
—¡Mierda! —maldices—. No hay salida.
—¿Y ahora qué?
—Tengo preparado un hechizo para esto, pero necesito tiempo para conjurarlo.
—Creo que tiempo es justo lo que no tenemos.
En el borde del halo de luz que dibuja el fuego de Rihon, adviertes cómo una pierna emerge de la oscuridad. Sin piel ni músculos que le cubran los huesos, camina hacia vosotros seguida del resto del cuerpo. Una pelvis resquebrajada, una columna vertebral mordisqueada por las ratas y una caja torácica coronada por un cráneo de cuencas vacías se muestran ante ti. El brillo rojizo de sus ojos se ve seguido por otros cinco esqueletos armados con espadas, hachas y alabardas, que apuntan hacia vosotros prestos a arrancaros el corazón del pecho.
—Rin… —apremia el elfo.
—¡Entretenlos! Casi lo tengo.
—¿Cómo que los entretenga? ¿Pretendes que les cante una balada?
—¡Entretenlos, por lo que más quieras!
Sin apartar los ojos de las criaturas, el elfo deja caer la antorcha a sus pies y desenfunda un arco, que reposaba a su espalda junto con un carcaj del que saca una flecha. Con un chasquido similar al del cuero seco, la cuerda del arma se tensa y dispara una saeta que impacta entre las cuencas de uno de los monstruos. Sus huesos se pulverizan bajo la fuerza del proyectil a la vez que varias grietas se le abren a lo largo del cráneo, mas el brillo de sus ojos no desaparece. A paso firme, la bestia continua la andadura mientras levanta una alabarda oxidada en el aire.
—Rin —la voz de Lot se quiebra—. Las flechas no les hacen nada.
—¡Retrocede! Casi está.
Mientras carga otra flecha en el arco, el elfo sigue al pie tus órdenes y recula. Tras el crujir de la cuerda, la saeta se clava en la tibia de la criatura de tal forma consigue entorpecer su marcha, pero no detenerla.
Los murmullos de tu hechizo se mezclan con el chasquido de los huesos de los monstruos, que se hallan cada vez más cerca de daros alcance. El resplandor rojizo de sus ojos parece acrecentarse con cada paso que dan hacia vosotros y sus esqueletos, iluminados por la antorcha que yace aún tendida en el suelo, se dejan ver un instante antes de regresar al cobijo de la oscuridad.
El tono de tu voz se alza, pues estás a punto de concluir el encantamiento, cuando sientes que tu espalda choca contra la pared. El frío de las rocas te muerde la piel a través de los ropajes, lo que provoca que pierdas la concentración sobre el hechizo. El corazón te late en la garganta con tanta potencia que te falta el aire, las piernas te tiemblan presas del fervor de la batalla y tu voz se corta, pues no puedes apartar la atención de las muecas desencajadas que lucen las criaturas. Sus mandíbulas apenas se mantienen sujetas al resto del cráneo con una delgada línea de músculo putrefacto mientras que algunos de sus huesos, partidos en trozos, cuelgan y se zarandean con cada paso envueltos en un chasquido que penetra en lo más hondo de tu alma.
—¡Rin! —bufa el elfo al disparar otra flecha—. ¡Mierda, Rin! ¡Reacciona, aprendiz con complejo de grandeza! ¡Hasta el mago real lo hace mejor que tú, despojo!
Sus palabras, como una bofetada, te devuelven al presente. Tu expresión se arruga y la magia te fluye de nuevo por las venas con el brío de una cascada. Con un bramido, pronuncias la última frase del hechizo y desatas tu poder, lo que crea un orbe de luz amarillenta que os envuelve en el instante mismo en el que la alabarda oxidada desciende sobre vosotros.
A plomo, tu peso cae en un manto de hierba húmeda. Los pulmones se te contraen por el impacto mientras que tu visión, enturbiada por el creciente dolor que te mordisquea la cabeza, te muestra la imagen de un cielo al mediodía. Un par de nubes, esponjosas y de un agradable color blanco, se mueven con calma empujadas por la brisa. El olor de la hierba se mezcla con el de las flores que inundan el alrededor, lo que te deleita con el dulce aroma de la primavera.
—Rin… —escuchas a Lot junto a ti, quien respira de forma entrecortada.
Tras girar la cabeza en su dirección, adviertes que el elfo, tendido bocarriba a tu lado, se mira el pecho. Un corte tan largo como un brazo le surca el peto, mas no parece haber atravesado el cuero. Con un suspiro que hace vibrar sus labios, Lot deja caer la cabeza sobre las briznas y lanza una risotada nerviosa al aire.
—Lo de que el mago real lo hace mejor que tú, iba en serio —aclara el elfo.
—Admito que no ha sido mi mejor demostración de entereza, pero ¿aprendiz con complejo de grandeza? Eso me ha dolido, abraza-árboles.
Tras un instante de silencio, ambos rompéis a reír. No estás seguro de si se debe a la gracia que te hacen los insultos que habéis intercambiado o si es por el temor que todavía azota vuestros corazones. Mas, sea como fuere, agradeces poder escuchar las mofas de tu amigo y sentir la caricia del sol en la piel.