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Sangretrueno

Atrapadas por su hechizo, las calaveras de tus compañeros flotan a su alrededor. El viento que corre entre los árboles, suave al principio, se enfurece hasta convertirse en un vendaval que aúlla como la voz de un demonio.

  Maniatado a un tronco e incapaz de soltarte, pues las cuerdas que te retienen se tensan cada vez que forcejeas, mantienes la atención fija en la mujer ante ti. De cabellos blanquecinos y mirada seductora, la nigromante te observa mientras continúa con su hechizo, conjurado en una lengua ignota.

  —Disfruta de este instante, hombrecillo. No todos los sacrificios viven lo suficiente como para presenciar mi poder —sonríe.

  Cual chispa que salta de una fogata, un destello emerge entre sus manos y se abre en un círculo de fuego similar al halo que portan los seres celestiales sobre sus cabezas. Los cráneos de tus compañeros de aventuras, con vida hace apenas un momento, se encienden con una llama rojiza que les ilumina el interior de las cuencas.

  En un intento por liberarte, luchas contra las ataduras y te revuelves en el sitio, pero las cuerdas se tensan de tal forma que las muñecas te sangran. Tus dedos se entumecen y un hormigueo te recorre los brazos, por lo que te ves obligado a buscar otra forma de liberarte.

  Antes de que puedas pensar en una vía de escape alternativa, el vendaval se encrudece y arrastra consigo los restos de tus amigos, cuyos esqueletos se desencajan y desperdigan en derredor. El fuego que arde en las manos de la mujer estalla con un fogonazo, lo que te obliga a cerrar los ojos a la vez que el sonido del viento se transforma en un cántico recitado en la lengua de los infernales.

  —El poder de mi señor demoníaco me acompaña. Se alimenta de cada estúpido aventurero que osa blandir su espada contra mí. Teme mi poder, hombrecillo. ¡Ríndete a mí! —brama la nigromante con los brazos en alto.

  Con cada ápice de tu voluntad, luchas contra el torbellino que azota el bosque y abres un ojo hasta que te parece ver, en el aire junto a la mujer, el báculo de Lylian. La calavera de tu compañera maga yace ahora presa del hechizo que se lleva a cabo, pero su arma mágica permanece intacta.

  El solo hecho de pensar en Lylian te contrae el estómago, pues fue una de las primeras en caer ante esta hechicera oscura. No volverás a ver su sonrisa ni tampoco podrás volver a gozar de su presencia y cercanía, cosas que agradecías de formas que jamás le confesaste y que ya no podrás confesar.

  Tu mirar se empaña azotado por el dolor de la pérdida, pero sabes que la única forma de salir de aquí con vida es usar la última carga del báculo. Las palabras que Lylian usaba para activar su magia rehúyen de tu memoria, se esconden detrás de otros recuerdos junto a ella que se solapan en una rápida secuencia.

  El principio del conjuro regresa a tu mente cuando un dolor te atraviesa el abdomen. Te desconcentras al sentir como si un puñal se te hubiera clavado en las tripas y se te retorciera alrededor de los intestinos. Los órganos te hierven y tus músculos se contraen en espasmos que no puedes controlar mientras te agitas en tus ataduras y profieres un alarido que te desgarra la garganta.

  —Toma tu último suspiro, aventurero, ¡y ven a mí! —vocifera la nigromante.

  Como si una mano te hendiera el pecho, una fuerza te agarra el corazón y te arranca el aliento de los pulmones. Tu alma, incitada por la magia de la mujer, abandona poco a poco tu cuerpo y arrastra consigo tu carne y tus entrañas hasta que no eres capaz de mantenerte despierto.

  Una densa oscuridad te envuelve. Una hilera de imágenes te muestra varios eventos importantes de tu vida. La niebla se acrecienta y un aire gélido trepa por ti, pero, como un rayo de sol que atraviesa las nubes de tormenta, el rostro de Lylian aparece ante ti y te saluda con una sonrisa tierna.

  —Ireyn… galatar …al —susurra.

  —¿Lylian? —preguntas sin poder oírla con claridad.

  —Ireynith galatar githral.

  En un gesto delicado, Lylian se acerca a ti y te toma por las mejillas. Tu pulso se acelera cuando sientes sus labios sobre los tuyos.

  Como si un último soplo de vida te hinchara el pecho, abres los ojos de golpe y tomas una agónica bocanada. El vendaval que rodea a la nigromante te impide verla con nitidez, pero aprecias cómo se acerca a paso firme. El halo de fuego entre sus manos se ha convertido en una colosal llama sobre su cabeza cuyo interior deja ver el rostro de un ser infernal que fija la mirada en ti y abre las fauces, ávido por consumir tu alma.

  —¡Ireynith galatar githral! —exclamas todavía con la sensación de los labios de Lylian sobre ti.

  De entre el amasijo de calaveras y huesos que vuelan junto a la mujer, un destello celeste salta del báculo. Una hilera de runas arcanas talladas en la madera se enciende y la parte superior, donde reposa una esfera añil, se ilumina repleta de energía contenida.

  El sonido de los rayos que alberga en su interior se torna cada vez más evidente y su poder, desencadenado por tus palabras, se libera en una tormenta eléctrica. Varios rayos se dispersan e impactan contra los árboles, lo que incendia sus cortezas, pero otros alcanzan de lleno a la nigromante.

  La magia del báculo atraviesa sin piedad a la mujer, que profiere un gutural aullido y convulsiona en una serie de espasmos que acaban con su cuerpo desplomado contra la hierba. El halo de fuego se cierra sobre sí mismo hasta engullir el rostro del demonio, lo que causa que las calaveras de tus compañeros caigan al suelo, liberadas del hechizo. El silencio recupera su reinado sobre el bosque mientras un irrespirable olor a carne quemada inunda el aire, pues los restos de la mujer yacen en una amalgama negra que humea a escasa distancia de ti.

  El dolor que te devoraba las entrañas desaparece, mas la agonía de la pérdida te azota al advertir que, junto a lo que queda de la nigromante, el báculo de Lylian descansa entre las briznas de hierba. Las runas grabadas en él se encienden en un tono incandescente que consume la madera desde dentro, ya que has utilizado su última carga. De lo que otrora fuera una poderosa arma mágica blandida por el prestigioso clan de hechiceros Sangretrueno, ahora no quedan más que cenizas.

  Aún permaneces atado y no sabes con certeza cómo vas a salir de aquí, pero lo que sí sabes es que tu propósito, tan simple como correr aventuras y emborracharte en las tabernas, se ha marchitado bajo el sufrimiento de la pérdida y se ha transformado en un único deseo: el de erradicar a los demonios y a todo aquel malnacido que ose rendirles culto. Un deseo que consumirá insidioso tu alma hasta hacerla pedazos con la falsa esperanza de que, algún día, puedas volver a presenciar la tierna sonrisa de Lylian Sangretrueno.

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